
Hay instantes en que el mundo y la conciencia se funden.
Momentos en que el ser no piensa, sino que se lanza.
La fenomenología de Sartre —heredera del impulso de Husserl— nos dice que la conciencia no es un lugar cerrado ni un espejo pasivo: es un movimiento. Intenciona, desea, actúa. Siempre hacia algo, siempre con algo. La conciencia no descansa. No se queda en sí. Se abre al mundo. Se hace en él.
Desde la óptica fenomenológica, queda atrás toda idea de una subjetividad pura, encerrada, que da forma a la realidad desde adentro, como proponía el idealismo. Para Sartre, la conciencia no existe como refugio, sino como apertura. Es arrojada al mundo, como lo está un futbolista a la cancha: con barro, riesgo, velocidad y cuerpos. No hay un yo primero que luego se enfrenta al mundo. El yo es solo cuando se hace con el mundo.
Cuando Maradona toma la pelota, y comienza a correr, a gambetear, mientras cien mil almas gritan en el estadio, y millones miran a través de la pantalla, ahí no hay cálculo. No hay reflexión. No hay pensamiento discursivo. Hay algo más elemental, más originario:
la conciencia como acción pura, devorada por el mundo.
En ese instante, Diego Armando Maradona es conciencia-pelota-campo-arco.
Es movimiento que se hace proyecto.
Es conciencia que se ha fundido con lo real.
Y como dice Sartre: la conciencia de sí misma es siempre conciencia del mundo.
No hay separación. No hay espejo. Hay juego.
Si Maradona, antes de esa jugada, se hubiese detenido a pensar si podría hacerlo, si el cansancio pesaría en sus piernas, si el estadio lo oprimiría, si había demasiados ingleses delante…
si hubiera reflexionado, el milagro no habría ocurrido.
Porque la reflexión —como diría el propio Sartre— envenena el deseo.
Y en el fútbol, como en la vida, en ciertos momentos, el mayor pecado es pensar de más.
El yo que reflexiona interrumpe el yo que actúa. Y cuando eso sucede, el instante se desvanece.
La conciencia, nos recuerda Sartre, se vuelve conciencia de sí solo cuando se entrega al mundo. Cuando se deja atravesar. Cuando deja de replegarse para hacerse acción entre las cosas. La conciencia no está protegida por muros idealistas: está expuesta, afuera, en lo real, en lo incierto.
“Todo está fuera”, dice Sartre. “Inclusive nosotros mismos: fuera, en el mundo, entre los demás. No es en no sé qué retiro donde nos descubriremos, sino en el camino, en la ciudad, entre la muchedumbre…”
Pero no fue solo Maradona quien se convirtió en fenómeno.
El relator también lo fue.
Víctor Hugo Morales, testigo sonoro de esa gesta, no relató un gol. Lo vivió con el cuerpo.
Su voz se volvió eco del fenómeno, vibración del instante, extensión del milagro.
Era un trabajador en una cabina de transmisión, sí. Pero en ese momento, ya no era él: era parte del suceso. La emoción lo desbordó, lo llevó, lo arrastró. Como si su conciencia se hubiera disuelto en el césped, en la pelota, en los botines del 10. Su relato ya no era un discurso: era un grito del alma.
Y cuando volvió a sí, rompió en llanto.
Saliendo por un momento del campo de juego, Maradona fue criticado por decir lo que siente, por no tener filtros, por sus exabruptos, es porque fuera y dentro de la cancha, se rige por una conciencia que actúa más que reflexiona. Que se lanza más que calcula. No se trata de una apología de la irreflexión, sino del reconocimiento de una existencia que prioriza la verdad inmediata del sentir por sobre los protocolos de lo políticamente correcto.
Una conciencia en movimiento constante hacia el mundo.
Y en esa acción, en ese riesgo, aparece lo auténtico.
Maradona, Sartre, Víctor Hugo, vos, yo.
Nadie ha creado el mundo. Tampoco el mundo nos ha creado por separado.
Existimos juntos.
Como diría el pensamiento fenomenológico: hay mundo porque hay alguien que lo habita.
Y hay alguien porque hay un mundo donde moverse, donde amar, donde sufrir, donde jugar.
Y en medio de ese juego —crudo, cruel, hermoso—, un solo hombre, un día, en un estadio lejano, nos recordó lo que es estar vivos.
No por la lógica. No por el sistema. No por el triunfo.
Sino porque nos sentimos parte del fenómeno.
Buenísimo tu artículo
ResponderEliminargenial
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