Cuenta el diario El Nacional, del 31 de diciembre de 1878:
“Los miércoles y los viernes se efectuará la entrega de indios y chinas
a las familias de esta ciudad, por medio de la Sociedad de
Beneficencia".
La desesperación y el llanto no cesan. Se les quita a las madres sus
hijos para en su presencia regalarlos, a pesar de los gritos, los
alaridos y las súplicas que hincadas y con los brazos al cielo dirigen
las mujeres indias. En aquel marco humano unos se tapan la cara,
otros miran resignadamente al suelo, la madre aprieta contra su seno
al hijo de sus entrañas, el padre se cruza por delante para defender a
su familia”.
La jerarquía católica expresó oficialmente su beneplácito por la
conquista, a través de monseñor Fagnano:
“Dios en su infinita misericordia ha proporcionado a estos indios un
medio eficacísimo para redimirse de la barbarie y salvar sus almas: el
trabajo; y sobre todo la religión, que los saca del embrutecimiento en
que se encontraban.”
Hace aproximadamente 30 mil años, tribus provenientes de Asia y
Oceanía comenzaron a ocupar el territorio americano, desde el
estrecho de Bering hasta Tierra del Fuego.
El tiempo y la geografía configuraron diversos pueblos con diferentes
culturas y modos de vida. Los tehuelches, los pampas, los wichís y
los araucanos subsistieron gracias a la caza, la pesca y la recolección
de frutos. Otros, como los incas, llegaron a construir ciudades
imponentes y lograron afianzar un extenso imperio que abarcaba los
actuales territorios de Perú, Bolivia, y el norte de la Argentina y
Chile.
Se calcula que la población total, hasta la llegada de los españoles en
el siglo xv, era de dos millones de habitantes originarios.
Al poco tiempo de asumir la gobernación de Buenos Aires, Martín
Rodríguez delegó prácticamente el gobierno en su ministro
Bernardino Rivadavia y se lanzó a una “campaña al desierto”.
Decía Martín Rodríguez: “La experiencia de todo lo hecho nos enseña
el modo de manejarse con estos hombres; ella nos guía al
convencimiento de que la guerra con ellos debe llevarse al
exterminio. En la guerra se presenta el único remedio bajo el
principio de desechar toda la idea de urbanidad y considerarlos como
enemigos que es preciso destruir y exterminar”.
Para controlar las fronteras y garantizar la tranquilidad de estos
propietarios, Rivadavia contrató al mercenario prusiano Federico
Rauch, que recibió el grado de coronel del Ejército nacional.
Su estrategia consistía en atacar por sorpresa y asesinar
indiscriminadamente a hombres, mujeres y niños. Pero pronto le
llegaría su turno al “espanto del desierto”. el 28 de marzo de 1829,
en el combate de Las Vizcacheras, Rauch fue derrotado y degollado
por el ranquel Arbolito.
Los 30.000 kilómetros cuadrados de pampas que poseía Buenos Aires
se habían transformado –por el avance del ejército, y a la fecha de la
muerte de Rauch- en más de 100.000.
En 1874, asumió la presidencia Nicolás Avellaneda y poco tiempo
después promovió la Ley de Inmigración y Colonización.
La ley fomentaba la inmigración mediante oficinas de propaganda en
las principales ciudades europeas, donde se entregaba folletería
informativa que prometía pasaje gratis, tierra en propiedad y trabajo.
Pero al llegar la oleada inmigratoria, la mayoría de las tierras estaban
repartidas entre los grandes terratenientes.
La nacionalización del territorio resultaba imprescindible.
El gobierno le encargó al ministro de Guerra, Adolfo Alsina, un plan
para terminar definitivamente con el “problema del indio y del
desierto” y correr nuevamente la línea de frontera. Este
emprendimiento intentó alcanzar el río Negro y lograr la paz con las
comunidades indígenas.
La política desarrollada por Alsina le había permitido al Estado ganar
unos 56.000 kilómetros cuadrados, extender la red telegráfica, la
fundación de cinco pueblos y la apertura de caminos.
Alsina muere y en su reemplazo es designado Julio Argentino Roca.
“Sellaremos con sangre y fundiremos con el sable, de una vez y para
siempre, esta nacionalidad argentina que tiene que formarse, como
las pirámides de Egipto y el poder de los imperios, a costa de sangre
y el sudor de muchas generaciones.” (Julio Argentino Roca
En 1878, el Congreso Nacional sancionó una ley por la que se
destinaban un millón 600 mil pesos para el traslado de la frontera a
los ríos Negro y Neuquén. La suma millonaria se obtendría a través
del “producido de las tierras públicas nacionales que se
conquistaran”.
Casi 400 personas se quedaron con más de 8 millones de hectáreas
de las mejores tierras del mundo.
El saldo de la campaña fue de miles de indios muertos, 14 mil
reducidos a la servidumbre, y la ocupación de 15 mil leguas
cuadradas que se destinarían, teóricamente, a la agricultura y la
ganadería.
Las enfermedades contraídas por el contacto con los blancos, la
pobreza y el hambre aceleraron la mortandad de los indígenas
patagónicos sobrevivientes.
Los vencidos debieron caminar encadenados 1400 kilómetros, hacia
los puertos de Bahía Blanca y Carmen de Patagones. De allí partieron,
en una larga y penosa travesía, hacia el puerto de Buenos Aires,
desde donde fueron trasladados a la isla Martín García.
Hoy, muchos descendientes de los pueblos originarios de esas tierras
viven ignorados y marginados como en aquellos días de la conquista,
cuando fueron brutalmente masacrados o condenados a sobrevivir
aislados en pequeñas comunidades, luchando porque concluya el
tiempo de dominación sistemática ejercida por el hombre blanco.
realmente lamngen...cuanto mas me entero del accionar del hombre contra el mismo hombre...tiemblo ante lo que el futuro le depara a la entera raza humana...
ResponderEliminar