JUNG Y EL “MUNDO” MÍSTICO. ¿LA “VERDADERA” PATRIA?

Carl Gustav Jung (1875-1961) es una figura que trasciende su propio campo de estudio, abarcando no solo la psicología, sino también la filosofía, la antropología, la religión, el esoterismo y la mística. La profundidad de su obra y pensamiento no solo se refleja en sus escritos, sino también en las experiencias y relatos íntimos de sus hijos y nietos, quienes convivieron estrechamente con él. Las vivencias que compartieron en su vida diaria, en las estadías veraniegas o de fin de semana en la Torre de Bollingen —su refugio personal— revelan un aspecto esencial de Jung. Este lugar, construido por él mismo con sus propias manos a orillas de un lago en Suiza, no era solo un retiro físico, sino también espiritual. Rodeado de naturaleza salvaje y maravillosa, Bollingen sigue en pie hoy en día, como testimonio de su legado. Sus paredes y alrededores están adornados con esculturas que él mismo talló, llenas de simbología, producto de sus sueños y meditaciones, manifestaciones de lo que podríamos llamar una forma de ARTeúrgia. En su autobiografía Recuerdos, sueños, pensamientos, encontramos fragmentos que revelan un profundo cuestionamiento sobre el saber y su propósito. Es paradójico que un hombre de ciencia como Jung, para quien el conocimiento ocupaba un lugar central, nos invite a reflexionar sobre la naturaleza de ese saber. ¿Estamos hablando únicamente de un conocimiento racional, o existe una forma de saber complementaria y superior? Jung distingue entre; en terminología Nietzscheana, una “pequeña razón”, guiada por el ego, y una “Gran razón”, trascendental y metafísica. Esta distinción entre tipos de conocimiento nos remite a una de las preguntas centrales que animaron su vida y obra: ¿Es el conocimiento racional suficiente para comprender la totalidad de la existencia humana, o necesitamos algo más, una intuición que nos conecte con lo profundo, lo místico, lo trascendente? Jung, a lo largo de su carrera, exploró no solo los aspectos racionales de la psique humana, sino también los misterios que subyacen en los sueños, los símbolos y el inconsciente colectivo.Su capacidad para integrar ambos mundos —el racional y el intuitivo— lo convierte en un verdadero pionero en el intento de reconciliar la ciencia y la espiritualidad. Hace tiempo sentí el impulso de escribir sobre Carl Gustav Jung, o al menos intentar plasmar en palabras aquello que percibía en su pensamiento más profundo. No me refiero aquí a su vasta obra, que ha sido tan ampliamente discutida —los arquetipos, el inconsciente colectivo, los mandalas, los símbolos repetitivos, etc, etc—, elementos que, si bien están en sintonía con nuestras experiencias y prácticas, prefiero dejar a quienes posean un mayor conocimiento en psicología. Mi intención es otra: quiero hablar desde la intuición, desde ese algo que Jung me “decía” más allá de sus teorías, algo que no encontraba en sus conceptos más conocidos. Y fue hace pocos días que, en medio de mis lecturas, me topé con ese "algo más". Mientras hojeaba su último libro publicado en vida, su autobiografía Recuerdos, sueños y pensamientos, escrita en 1961, el mismo año de su muerte, me encontré con un pasaje que resonó profundamente en mí. En este fragmento, Jung reflexiona sobre su encuentro con el pueblo indígena de Nuevo México, y compara su espiritualidad con la occidental. Sus palabras, aunque sencillas, me resultaron reveladoras, un destello de esa sabiduría que se filtra a través de la experiencia personal. Cito: “Comparemos con ello nuestra auto-motivación, nuestro sentido de vida que nos formula la razón, y con ello no podemos menos que sentirnos impresionados por nuestra miseria. Por mera envidia tenemos que reírnos de la ingenuidad de los indios y mostrarnos orgullosos de nuestra inteligencia para no descubrir cuán empobrecidos y rebajados estamos. El saber no nos enriquece, sino que nos aleja cada vez más del mundo místico, en el cual tuvimos una vez nuestra verdadera patria. Estas palabras me llegaron como una revelación, no solo por lo que dice sobre los pueblos indígenas, sino por lo que revela acerca del propio Jung. Al final de su vida, tras tanto estudio y reflexión, parece hacer un balance que va más allá del conocimiento acumulado. Siente que, paradójicamente, el saber —esa herramienta que construyó su carrera— no lo ha acercado al Ser, sino que lo ha alejado de una conexión más profunda, esa "patria mística" que una vez fue nuestra. Aquí Jung reconoce la trampa de la razón: nos da un sentido de auto-motivación, pero, al mismo tiempo, nos desvía de lo esencial, de lo místico, de aquello que es verdaderamente trascendente. No se trata solo de acumular conocimientos, sino de vivir una plenitud que trascienda la razón y el intelecto. Quizás en ese sentido, Jung vislumbraba algo más allá de las estructuras de la ciencia, algo que solo la mística, la espiritualidad, podían ofrecerle al final del camino. Aunque pueda parecer desconectado del tema principal, quiero traer a la conversación algunos párrafos de Aristóteles, en especial de la Ética Nicomaquea y la Ética Eudemia, donde explora una idea profunda del sabio griego Solón, uno de los Siete Sabios de la antigua Grecia. Solón introduce el concepto de Eudaimonía, que, generalmente, se traduce como "felicidad", pero creo que esta traducción es insuficiente, e incluso engañosa. El verdadero significado que los antiguos griegos, y en particular Solón, intentaban comunicar es más cercano a la idea de una plenitud vital y espiritual, un estado de estar en armonía consigo mismo, con los dioses y con los demás. Porque simplemente veamos su etimología cuando nació allá en Grecia hace milenios: EU: Bueno – DAIMON: Espíritu…más aún se traduciría como “poder divino”. Hoy, cuando hablamos de felicidad, muchas veces la asociamos con cosas materiales, con una satisfacción temporal. Pero Solón y Aristóteles hablaban de algo más profundo: una Eudaimonía que implica no solo bienestar vital, sino, sobre todo, espiritual. Por ello, invito al lector a que cuando lea las palabras "felicidad" o "feliz" en los textos clásicos, las reemplace mentalmente por "plenitud espiritual". Creo que este es el sentido que realmente querían comunicar tanto Aristóteles como el viejo y sabio Solón. Cito algunos fragmentos relevantes: “Pero entonces, ¿no podremos declarar feliz a ningún hombre mientras viva, sino que será preciso, como dice Solón, mirar el fin? ¿Y no resultará que este hombre es feliz precisamente cuando ya está muerto? ¿No estará todo ello completamente fuera de lugar, sobre todo para quienes afirmamos que la felicidad consiste en una actividad? Pero, aunque no digamos que un muerto sea feliz –ni tampoco Solón quiso decir esto–, solo entonces podemos declarar feliz a un hombre con seguridad, cuando está exento de los males y reveses de la fortuna.” (Ética Nicomaquea, I, 10, 1100a10-19) “Para la felicidad es menester, como antes dijimos, una virtud perfecta y una vida completa. Muchas vicisitudes tienen lugar en la vida y accidentes de todo tipo; y puede suceder que el hombre más próspero caiga en su vejez en grandes infortunios, como se cuenta de Príamo en los cantares heroicos. A quien experimenta tales azares y miserablemente perece, nadie lo tendrá por dichoso.” (Ética Nicomáquea, I, 9, 1100a4-9) “Ni pensamos que pueda uno ser feliz por un día, ni tampoco que pueda serlo un niño, ni siquiera alguien durante cierta etapa de su vida. Por lo cual, Solón está en lo justo al decir que no hay que tener por feliz a quien está vivo, sino solo cuando ha llegado a su fin, porque nada incompleto es feliz, por no ser un todo.” (Ética Eudémia, 1219b4-8) A través de estas palabras, intermediadas por Aristóteles, especialmente la última frase de Solón, surge lo que considero uno de los primeros imperativos espirituales y éticos de la filosofía occidental. Aunque Sócrates es considerado el padre de la filosofía moral, Solón podría verse como su abuelo filosófico y político (recuerden sus aportaciones fundamentales para la creación luego de la democracia que hoy conocemos). Aquí, el sabio sugiere que no es en mitad de la vida, ni en un momento elegido por nosotros, cuando podemos declarar nuestra Eudaimonía, sino solo al final de la vida, al hacer un balance honesto y completo de nuestras acciones, actitudes y valores. Es en ese último respiro, al final de nuestra travesía, cuando podemos verdaderamente saber quiénes fuimos, sin autoengaños. Todo cuenta en ese balance, cada acto, cada elección. No podemos dejar nada fuera. Nuestra conciencia no olvida ni borra lo que hemos hecho u obviado. Como el Daimon que acompañaba a Sócrates en todo momento, así nuestra conciencia está siempre con nosotros, como una sombra que no podemos evadir. Esto nos lleva a reflexionar sobre los ejemplos que vemos a diario: figuras públicas que parecen haber alcanzado la plenitud, galardonadas con premios, renombre, y estatuas en su honor. Pero, en ocasiones, la luz, o más bien la prensa revela, sombras ocultas: corrupción, abusos, crímenes... y entonces, la imagen se desploma. Este es el “Crepúsculo de los ídolos” que Nietzsche tan agudamente describió. Sin embargo, siempre queda la posibilidad de rectificación, porque, como dijo el propio Nietzsche, somos "humanos, demasiado humanos". Así, el verdadero sentido de la Eudaimonía va mucho más allá de un simple estado emocional transitorio. Es el resultado de una vida vivida con virtud y sabiduría, un estado que solo se puede declarar cuando todo está dicho y hecho.
Lo que planteo acerca de Carl Gustav Jung tiene una profundidad extraordinaria, especialmente en su búsqueda de armonizar lo espiritual y lo científico. Jung, en su madurez, llegó a un punto en su vida en el que necesitaba ir más allá de los confines de la ciencia pura, al menos de la ciencia tal como la entendía el racionalismo occidental. La psique humana, que fue su principal objeto de estudio, resultó ser un territorio vasto e inexplorado, lleno de símbolos, arquetipos y conexiones con lo místico, lo religioso y lo trascendente. Es fascinante cómo Jung, como un hombre de ciencia, no podía ignorar la dimensión espiritual de la existencia. Esta dimensión, como bien señalas, no era una cuestión de religiones organizadas, sino una especie de religiosidad personal, una conexión íntima con lo misterioso y lo numinoso. Aquí es donde Jung, a través de su propio viaje personal y su trabajo teórico, llega a explorar lo que él llama el "proceso de individuación", que no es otra cosa que una búsqueda de integración de todos los aspectos del ser humano, tanto conscientes como inconscientes. Jung nunca se conformó con una visión reduccionista del ser humano. Para él, la psique no era solo una serie de mecanismos explicables por la biología o la química del cerebro. Al contrario, Jung entendía la psique como un puente hacia dimensiones espirituales, hacia algo que estaba más allá de lo que la ciencia convencional podía alcanzar. Y en ese sentido, él, como bien apuntas, "psicologizó la mística" en el sentido de que llevó a un campo aparentemente secular como la psicología temas y experiencias que tradicionalmente pertenecían al ámbito de lo místico, de lo sagrado. La autocrítica que menciono en Jung, especialmente en su obra final, “Recuerdos, sueños, pensamientos”, muestra a un hombre que, en sus últimos años, estaba en paz con la idea de que la espiritualidad y el saber científico no tenían que ser opuestos irreconciliables. Para él, el alma humana estaba conectada con lo divino, y esta conexión se expresaba a través de símbolos y arquetipos que eran universales y estaban presentes en todas las culturas y tiempos. Jung no hablaba de un dios personal, sino de un orden trascendental, de un inconsciente colectivo que tocaba lo divino de manera misteriosa. Jung tenía una profunda reverencia por la experiencia mística, y lo que es aún más interesante es que intentó integrarla en un marco psicológico que pudiera ser comprendido por la mente racional occidental. Su insistencia en la importancia de los sueños, de los símbolos arquetípicos y del inconsciente colectivo lo llevó a una visión del ser humano que iba mucho más allá de lo que la psicología de su tiempo, o incluso la actual, podía abarcar. Cuando hablo de su "propia religiosidad", creo que toco un punto crucial. Jung no se veía a sí mismo como un seguidor de una religión particular, sino como alguien que estaba en un constante proceso de búsqueda. Su visión de la religio era más cercana a su significado original: el de "religar", reconectar con algo superior, con el misterio de la existencia. Esta conexión no tenía que pasar necesariamente por las formas tradicionales de religión organizada, sino que podía ser una experiencia profundamente personal, una religiosidad íntima y mística que conectaba al individuo con lo numinoso. En este sentido, podríamos decir que Jung estaba en una constante búsqueda de su propia forma de misticismo. Su trabajo sobre los arquetipos, el inconsciente colectivo y su exploración de las tradiciones esotéricas, como la alquimia, muestran un hombre que estaba profundamente comprometido con descubrir la verdad del alma humana. No se conformó con las respuestas fáciles de la ciencia ni con los dogmas de la religión. Su camino fue un puente entre ambos mundos, entre la razón y el espíritu, entre el saber racional y el saber intuitivo, entre la "pequeña razón" y la "gran razón" como mencionaba antes. Jung, a lo largo de su vida, estaba siempre abriendo nuevas puertas, y en ese proceso, nos mostró que el camino hacia la plenitud, hacia la Eudaimonía o la integración total del ser, no solo pasa por la ética, sino por una profunda y sincera exploración espiritual. Su obra, y especialmente su vida, son testimonio de este esfuerzo, de este equilibrio entre ciencia y mística, entre lo visible y lo invisible, y entre la psique humana y lo divino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario