Todos los años al acercarse el 31 de Octubre una escena o debate curioso comienza a repetirse tanto en medios de comunicación como en las calles: algunos ciudadanos, principalmente autoproclamados “fieles cristianos-nacionalistas”, expresaban su enérgico rechazo a la festividad de Halloween. Este reproche insistía en que esta celebración, tan popular entre los niños que se disfrazan de personajes "terroríficos" y recorren las calles pidiendo dulces o asustando inocentemente a los transeúntes, promovía la maldad, la adoración a la muerte, la brujería, el paganismo y el pecado. Afirmaban, estos personajes, que Halloween atentaba contra las COSTUMBRE Y TRADICIONES NACIONALES y, contra las LEYES cristianas.
Ninguna cultura, nación o religión ha permanecido ajena a las influencias externas a lo largo de la historia. Los intercambios comerciales, la migración y los medios de comunicación, han generado un flujo e influjo constante de costumbres, símbolos y rituales que terminan por fusionarse en las prácticas culturales de cada lugar. A través de este multiculturalismo, más en este mundo globalizado, las sociedades han adoptado tradiciones de otros, integrándolas sin que por ello se transgredan las LEYES o TRADICIONES de esas naciones. Lo que una vez fue ajeno, con el tiempo se convierte en parte de la cotidianidad.
En cuanto a las LEYES RELIGIOSAS, es fundamental recordar que no vivimos en un Estado confesional, sino en un Estado laico (aunque, a veces, solo en teoría). Este modelo de gobierno garantiza la separación entre iglesia y Estado, permitiendo a los ciudadanos disfrutar de la libertad de conciencia y evitar la imposición de valores religiosos específicos. Así lo estipula la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
No obstante, algunos desean imponer restricciones a los niños, privándolos de su libertad para expresarse y divertirse de manera sana y espontánea. Esta censura, vestida de moralidad religiosa o nacionalista, restringe derechos fundamentales en nombre de tradiciones arcaicas. Curiosamente, aquellos que se erigen como defensores de este tipo de "moralidades" son, a menudo, los mismos que vulneran los derechos humanos que afirman proteger.
La celebración de Halloween no infringe ninguna ley cuando un niño se disfraza, pide dulces o juega con sus amigos. Más bien, quienes buscan reprimir estas expresiones festivas y libres son los que realmente violan el espíritu de la libertad y los derechos que, irónicamente, tanto dicen defender. La mano represora de una moral cristiana anacrónica y desgastada es, en definitiva, la que impone un yugo innecesario sobre la inocencia y la alegría.
Como ejemplo de cómo las tradiciones se transforman y adaptan a lo largo del tiempo, miremos a Santa Claus, una figura central en la Navidad. Su origen se remonta a 17 siglos atrás, en Anatolia (actual Turquía), donde un obispo cristiano llamado Nicolás se hizo famoso por realizar milagros y ayudar a los niños, lo que le ganó el título de San Nicolás. A lo largo de los siglos, esta figura fue evolucionando, influenciada por diversas culturas, hasta que, en el siglo XX, la empresa Coca-Cola lo transformó en el Papá Noel que todos conocemos, vestido con los colores rojo y blanco de la marca. Hoy en día, esta figura es ampliamente aceptada sin que nadie cuestione si incita al culto pagano o a perturbaciones psicológicas en los niños. Al contrario, Papá Noel trae alegría y un espíritu de unión familiar.
Es crucial señalar que este texto no es un alegato ateo, anticlerical o inmoral. Al contrario, es un llamado libertario en defensa de los niños, de su derecho a ser libres, a ser felices, a expresarse sin miedo. En el afán de protegerlos, a menudo los adultos los privan de sus más valiosos tesoros: la libertad, la alegría y la espontaneidad que tanto merecen.
Es hora de dejar atrás las cacerías de brujas del medioevo y permitir que los niños del siglo XXI sean simplemente eso: niños.
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